CANTAR POR LA VIDA... NO IMPORTA SI ES POR TRISTEZAS Ó ALEGRÍAS



"Estos Cantos se harán en versos o en prosas; lo que importa de ellos es la forma de mover los sentimientos. Si éstos son de alegría: ¡Que Viva la Vida!... Y si son de tristezas ¿qué le vamos hacer? pero... ¡Que siga Viviendo la Vida!"

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lunes, 16 de agosto de 2010

SIDALIA (…O EL RECODO MAS OSCURO).

Ella llegó por el recodo más oscuro del camino. Y vino a este pueblo como todos llegamos, traída por los rumores del oro, el dinero fácil… y la ilusión de encontrar un hombre corpulento, bien parecido y que la hiciera gemir y temblar como lo hacia el difunto Genaro Palmos Alzote, según ella nos contaba, cada tarde, sentada en la tienda de Don Simón. Hasta que se le acabó el repertorio de actos sublimes y posiciones acrobáticas, que según ella, la dejaban llena de felicidad.
Ese día que murió Genaro Palmos Alzote, ella se dijo: “_No llores Sidalia Margarita Martínez…_”. Y suspirando, continuó: “_ya vendrán otros chupaflores que se saciarán con tu néctar…_” Y se puso a contemplar desde el balcón de su habitación cuanto hombre forastero llegaba al pueblo de paso a la capital. Hasta que se interrogó: “-¿Serás capaz, Sidalia Martínez, de dejarte morir así, cuando aún tienes fuerzas en las carnes para engendrar un buen vástago?”. Y se dio a la diligente tarea de empacar en su maleta, una a una, sus cosas y recoger parsimoniosamente sus pasos por el pueblo.
El día que llegó Sidalia Margarita a este pueblo, se armó una gran algarabía. Unos decían que venía de Fundación, Magdalena, y otros, entre esos yo, que venía de Corozal, Sucre. Lo cierto fue que nadie acertó. Ella venía de Tierra Alta, Córdoba. Tampoco acertamos sobre sus intenciones y dedicación. Unos decían que era comerciante y otros, entre ellos yo, que era de la vida alegre. Que triste mentira. La verdad fue otra… Ella era viuda, en busca de un marido que remplazara, en todo sentido, a su amado Genaro, hombre que había muerto en una riña en la gallera principal de su pueblo… No, su muerte no fue por gallos, según nos contaba ella misma, porque ese día ni siquiera habían programado riñas de gallos. Su muerte fue un accidente, una confusión, repetía ella hasta la saciedad.
Contaba, que él trabajaba en la gallera como vigilante y dos tipos se presentaron armados a buscar a su hermano gemelo y sin mediar palabras le propinaron tres tiros en la cabeza.
Desde la muerte de su marido, ella, juró largarse de ese pueblo e ir en busca de otros horizontes. Pero llegó aquí y ese fue su fin. Se enamoró de Andrés Alomar, un joven bien puesto, un gigoló, amable, menor que ella más de diez años, una gran diferencia. A él le gustaba la vida fácil, de rumba, y andar con las putas del camellón de los Arzuza. En ese tren de vida pasaron cinco años.
A Sidalia y Andrés, siempre se veían como dos tortolitos. Ella le creía todas las mentiras y le daba todo lo que él le pedía, y lo que a ella le gustaba verle lucir.
Pero un día, inexplicablemente, Andrés comenzó a sentirse cansado, enfermo, y sin ninguna clase de apetito. Ella se preocupó y lo llevó al médico del pueblo, quien lo examinó y le ordenó una serie de análisis. Pero él no mejoraba y los exámenes tampoco revelaban nada sobre su enfermedad. Fue enflaqueciendo, parecía un cadáver, cuando a ella se le vio salir con él para Barranquilla. Y a los quince días, ella regresó con la desagradable noticia que Andrés había muerto en un hospital de caridad de esa ciudad.
Sidalia Martínez, nunca dijo de la enfermedad por la que había muerto su hombre. Asumió la actitud de un profundo silencio y optó por encerrarse en su luto. Y una tarde, ya casi, entrada la noche, se le vio salir de su casa con la misma maleta de cuero marrón con que había llegado al pueblo. Y luego, perderse por el mismo recodo oscuro del camino por donde hacia mucho tiempo había llegado con su tragedia a cuesta.
Después de esos funestos acontecimientos, no hemos vuelto a saber de la vida de la viuda de Genaro Palmos y Andrés Alomar. Ayer llegó el hermano gemelo de su primer difunto, y se supo la verdadera historia de la muerte de su hermano. Y es muy triste. Y ya en el cementerio, desde aquellos días de Sidalia Martínez en este pueblo, hay más de doce cruces… Y en el fondo del rancho se escuchó la voz cansada y ronca del viejo Adriano: “-¿Quién sabe que peste nos trajo esa mujer, que hasta las burras se están muriendo…?”. Pedro Alomar, que lo escuchaba montado en su burro, dejó escapar un suspiro de tristeza… y echo andar el animal, camino a Barranquilla.

Autor: Dalit R. Escorcia Marchena.
Septiembre 7 del 2000.

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