CANTAR POR LA VIDA... NO IMPORTA SI ES POR TRISTEZAS Ó ALEGRÍAS



"Estos Cantos se harán en versos o en prosas; lo que importa de ellos es la forma de mover los sentimientos. Si éstos son de alegría: ¡Que Viva la Vida!... Y si son de tristezas ¿qué le vamos hacer? pero... ¡Que siga Viviendo la Vida!"

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jueves, 9 de diciembre de 2010

¡COMO UN GRAN HOMENAJE A DOS GRANDES AMIGOS: Manuel Escobar (q.p.d.) y Jaime Cabrera González.

Los sobrevivientes


Por: JAIME CABRERA GONZÁLEZ
Por segunda vez la cita no se dio. En la primera ocasión Manuel J. Escobar no pudo llegar y en ésta, fui yo quien no cumplió. Aunque en los últimos años he estado en Barranquilla para Navidad y Año Nuevo, en esta oportunidad no pude viajar como me hubiera gustado y asistir a la invitación, con afiche y todo, abierta por el pintor Samuel Buelvas para reunir a los amigos de “Mañe” en Lunabril, un sitio que aparece en la guía como restaurante bar, pero que es en realidad una casa encantada. Digo, con cantos que trepan por las paredes como venas poéticas.
El encuentro inicial nació hace dos años cuando la poeta Nora Carbonell me presentó a María Bernarda. Ella me dijo: “¡Ah, tú eres el ‘famoso’ jaimecabrera del que tanto habla manuelescobar!”. Como le comenté que hacía años no lo veía, se le ocurrió organizar un reencuentro para cuando yo volviera. Al calor de los güisquis dije que la velada literaria se llamaría “Los sobrevivientes” para hacer referencia a que muchos de quienes habían comenzado sus “carreras literarias” conmigo habían dejado enfriar el brazo. Pero también a los que permanecían en la ciudad después de que en los años 90 un puñado del grupo nos desbandamos por el mundo.
En el próximo regreso ya había un programa. Volvería a reunirme con Manuel como en los viejos tiempos, pero también estarían Ubaldina Díaz, Samuel Buelvas, Nora Carbonell, Christian Salas, Lya Sierra y el profesor Guillermo Mejía Mendoza, porque a estas alturas de la vida Berty Barranco se había establecido en Nueva York, William Renneberg en un pueblecito de Carolina del Norte, David Esguerra en Venezuela y Carlos Arturo Camargo en Tampa, y sobre Dalit Escorcia y Jorge Luis Bastidas nadie daba un dato preciso sobre sus respectivos paraderos. Que uno después de ser una especie de poeta maldito se había santificado de tanto trabajar con unos curas; que el otro lo había visto tras unas faldas en Cienfuegos, Cuba, y no sé qué más chismes que no vienen al caso.
Al entrar los años 80 había un fervor cultural en Barranquilla, en especial, en el ámbito literario tal como aparece reseñado en el libro “Escribir en Barranquilla” de Ramón Illán Bacca. Los grupos de escritores jóvenes brotaban y se extendían como la verdolaga; los que no publicaban en los periódicos —que ya no daban abasto— creaban sus propias revistas y mostraban sus textos. Como yo andaba sin conexión con otros creadores ni conocía a los encargados de las páginas literarias de la prensa llegué a inventarme un grupo que logró hacer su entrada triunfal un viernes del 1978 en el Diario El Nacional junto a la foto del muerto y la crónica roja del día, en un espacio de Aníbal Tobón llamado “Kontacto”. Claro que nadie, hasta hoy, supo que el único miembro del grupo que firmaba un poema-manifiesto a cuatro manos era yo y el nombre de una novia que no se enteró del robo de identidad.
Verme en letras de molde me hizo tan valiente y prosaico que acabé con el “grupo” y me dediqué a vivir del cuento publicando en otros diarios con tan buen tino (o sino) que un día de noviembre llegó la noticia —al instante con la muerte de mi abuelo— que me había ganado un premio iberoamericano de ese género en Chile. Y se armó el alboroto: “Pero si no tiene grupo”. “Pero si no tiene revista”. Para colmo de males El Heraldo publicó una foto que correspondía a la imagen de un gobernante de una isla del Caribe invadida por los Estados Unidos y su “Furia Urgente”. O, por lo menos, mis barbas lucían tan desgranadas como las del granadino Maurice Bishop. “¿Pero, en fin, quién es este ‘man’?”, dicen que decían.
A mi regreso de Santiago de Chile se me ocurrió hacer lo que hacían (y siguen haciendo) muchos de mis amigos músicos, es decir, no parar de aprender sobre el oficio y me inscribí en un taller literario (tan de moda) que dirigía el crítico Carlos J. María en la Universidad del Norte. Allí conocí a William Renneberg quien me invitó al lanzamiento de la Casa de la Cultura Francisco “Pacho” Bolaños, en honor al folclorista y poeta negro, evento que se llevaría a cabo ese domingo en un salón de la Escuela Normal. Finalmente, después del blablablá, de la elección de una junta directiva y del hambre que me ganaba, terminé formando parte de un grupo de verdad.
Un sábado, día en que nos reuníamos a las cuatro en punto de la tarde, apareció Ubaldina Díaz con un cargamento de poemas que leyó por varias semanas hasta que nos enteramos que cada vez venía detrás de ella, sin dejarse ver, un hombre que llegaba a la tienda de la esquina y cigarrillo tras cigarrillo cuestionaba a los parroquianos del Barrio Olaya sobre qué hacía su mujer allí, quiénes éramos nosotros y quién sabe a qué lo hubieran llevado los celos si no lo hubiéramos bajado de su nube de Kent e invitado a leer su trabajo poético traspapelado con los exámenes que sacó de un maletín de profesor del SENA. Desde esa tarde, Manuel no sólo se nos metió en el corazón, sino que ya no hubo manera de callarlo, de bajarle el voltaje a ese histrión que le quedó de sus días de declamador y luego alimentado por la militancia sindical.
Después, como para no variar, creamos la revista “Cofa de Mesana” (no de Mexana como creían los que pensaban que teníamos el patrocinio del talco y querían saber cómo éramos los únicos que habíamos conseguido un respaldo económico). Hacía referencia a un término de marinería que nos sugirió Álvaro Suescún, que fungía de “gurú” desde la marquetería Arte Cristal, a partir de una columna del escritor cereteano Leopoldo Berdella que publicaba en un periódico de Cali. El “órgano oficial” de la Casa de la Cultura Pacho Bolaños, como decía el cabezote, fue el viaje de un barco de papel en mares de tinta, textos levantados de manera artesanal a veces en el patio de una casa de mala reputación, planchas electrostáticas de dudosa procedencia y una regularidad de mandato divino: aparecía cuando Dios quería.
Durante varios años el colectivo de escritores y pintores aunque se despachó con recitales, viajes, ponencias, encuentros, programa de radio y Manuel llegó a presidir la Unión Nacional de Escritores de Colombia, capítulo Atlántico, también se fue reduciendo después de que realizáramos para televisión el documental “El Torito nunca pierde” en 1990, basado en la Danza del Torito, con la dirección de Livingston Crawford. Las reuniones pasaron del Barrio Olaya a la casa de Manuel, Ubaldina, Nani y Manolo en El Silencio o en algún bar por ahí, cualquier día, a cualquier hora. Las presentaciones fueron más individuales y los libros publicados no correspondían al grupo, sino a esfuerzos personales. La revista desapareció y sólo quedó Samuel Buelvas levantando el último ejemplar palabra por palabra en una plancha de linóleo sin prisa, pero sin pausa.
Sin embargo, cuando ya el grupo dejó de ser una aventura gratamente extenuante como el amor, Manuel siguió hablando de cada uno de sus integrantes en las noches en que iba a tomarse sus frías a Lunabril. De ahí que se hubiera pensado en aprovechar mi presencia en la ciudad para organizar un reencuentro de los sobrevivientes de la Casa de la Cultura Pacho Bolaños y la revista Cofa de Mesana. Hacía unos cinco años que no veía a Manuel, la última vez estuve en el lanzamiento de uno de sus poemarios, pero las presentaciones se extendieron tanto que sentí peligraba una reunión que tenía muy buenas piernas y me fui antes de que leyera el primer texto. Mea culpa. Después me enteré que Manuel había pasado por un periodo de depresión que, creo, lo empujó a no buscarme cuando sabía que estaba en la ciudad. Tenía una nueva familia y otro hijo, había atravesado un problema laboral que lo alejaba de la docencia, manejaba un taxi y, además, nosotros los de entonces ya no estábamos ahí ni éramos los mismos.
A pesar de haber llegado unos días antes de la cita no me comuniqué con él para que el encuentro, el reencuentro, fuera ahí en vivo y en directo. Me acosté pensando en esto que he escrito y en los días inolvidables que pasamos cuando vino a visitarme a la islita en que viví cerca de Miami Beach. A las 7 de la mañana sonó el teléfono, aunque mi mamá nunca me despierta a esa hora porque nunca sé en qué planeta estoy, qué día es, con quién estoy hablando, creyó al identificar la voz de Nora Carbonell que se trataba de algo importante sobre la presentación de esa noche en Lunabril y me pasó. No abrí los ojos, sólo escuché la voz de Norita, clara, cálida, ahora nada risueña, que me dijo: “Jaime, en esta madrugada se nos fue Manuel”.

lunes, 6 de diciembre de 2010

BAJO EL IMPERIO DE LA INCERTIDUMBRE.

En ese túnel de terciopelo y seda,
Desde esa cueva que incuba la vida
Existen millones de años, de gritos
De nostalgia, sombras que vibran
Y rompen los silencios del tiempo…

Ese orificio donde el cosmos se levanta
Y deja caer su lava en sus riveras…
Y desde allí vine y voy como otra sombra
Motivado por un deseo de ser eterno.
Y sólo semillas somos, de frutos que maduran…

Y se pudren, dejando regadas otras semillas.
Vientre de mujer, esa es la Tierra…
Yo un pistilo que apunta hacia la muerte.
Busco, con ansiedad, otra existencia…
Y aunque creo en Dios, dudo de mis fuerzas.

De pronto soy el sueño de otros dioses
Que me pintaron en sus cavernas
Y el tiempo me va borrando, lentamente,
Sin antes dibujarme en otra dimensión
Dejando mi pincel para otra fuente.



Dalit R. Escorcia M.
Agosto 23 del 2003.