Unos versos, teñidos en
sangre,
Escribió Neruda a España…
Ésta como un niño gemía
Abofeteada por la guerra
Y mancillada por la
hediondez
De las siempre macabras
botas.
Cardenal, mantuvo la
esperanza
De un pueblo torturado, su
pueblo,
Dejando escapar por sus
versos
Toda la hiel alambicada y
Fermentada con el dolor
De una explotación de muchos
años…
Y a cuántos nos tocará
gritar por salvador
Y otros que arden en la
pasión
Entre el bien y el mal,
Entre el placer y el dolor
Entre la esclavitud y la
libertad…
¡Aquí está mi voz, la doy
sin ningún reparo!
Quiero ser la flauta que
despierte al león dormido,
Quiero ser el ruido que
inunde las calles
Hasta desbordar este desdén,
Esta melancolía de humana
tristeza
De poeta que aún tiene fe
Que la luz y la oscuridad
sean esparcidas
Sin envidia a partir de este
holocausto:
Encanecidos cabellos,
decrepitas manos,
Vulgares espejuelos rodando
por el suelo
Con los cristales rojos
deseosos de ojos,
De nariz y brazos…
Y una ronda de niños
Cantando y bailando
Alrededor de este cadáver:
Dolor del pasado, negación
del pan
Prohibición de los techos
y los libros…
Amargura desleída, corroída
En los puños del labrador,
El escultor de nuevos soles
Y el tallador de otras
lunas,
El juglar del amor,
El verdadero poeta,
El de las manos encallecidas
Y hachas en lugar de liras.
dalitem, abril/81
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